Confiteor Deo omnipotenti, et vobis, fratres1:
que de acólitos y fieles no tengo duda, pero de Él y de Aquel otro –que es Verbo–, no tengo certeza alguna. Su presencia está en mis recuerdos tan sólo como sombras y susurros de los cuales no conozco cuerpo que las produzca, ni aliento que los pronuncie. Videlicet:
Quia peccavi nimis cogitatione, verbo, opere et omissione…
!Sí¡ Del pecado conozco el miedo a sus consecuencias, pero me es más familiar porque es rutina.
¿De pensamiento? En mi cabeza habitan maquinaciones: maldigo sin razón justa a quienes estuvieron, a los que están y a aquellos que vendrán.
¿De palabra? En mi boca y aliento se encuentra la fuente de laceraciones contra amigos y conocidos, enemigos y desconocidos.
¿De obra? Con mis manos intento deshacerme. En contra de su voluntad, destruir una de sus creaciones.
¿De omisión? Vuelvo mi mirada en dirección contraria a donde habitan la gloria, la miseria, el amor y el odio, todo en comunión heterogénea, como masa indefinida. No quiero reconocer a este mundo, es por ello que grito:
¡Mea culpa!…
¡Soy yo el maldito! Mi cuerpo muestra el odio en sus cicatrices, mis maldiciones las he encarnado por mi propia mano.
¡Mea culpa!…
Mi soledad es producto de las heridas que he ocasionado, del mundo que tanto he rechazado.
¡Mea maxima culpa!
Todo es mi culpa, y a la culpa la he consumado en mi.
Por eso escribo,
para buscarte a ti, redención.
Porque en Dios no confío,
y porque en cielo e infierno cabe todo este mundo.
Extractos del “Confíteor”, que forma parte del “Missale Romanum”.